Si hay un edificio que rige la vida de Morelia es su majestuosa catedral. Cuando la ves desde alto, desde la bandera monumental en Santa María, por ejemplo, sobresale claramente, se alza en todo su esplendor en el centro de la mancha urbana.

Y precisamente es una de las características de Morelia: ninguna construcción puede sobrepasar la altura de la catedral.

La Arquidiócesis llegó a Michoacán en el año de 1536, siendo la sede la ciudad de Tzintzuntzan; en 1540 pasó a Pátzcuaro y en 1580 Valladolid (hoy Morelia) obtuvo el obispado definitivamente. Esta era una ciudad que cada día obtenía más importancia, por lo que después de muchos años de gestión se aprobó la construcción de un templo digno de la misma.

La primera piedra fue colocada por el obispo Fray Marcos Ramírez del Prado el 6 de agosto de 1660 y Vicente Barroso de la Escayola estuvo a cargo del proyecto durante 32 años. Se terminó de construir en 1744, aunque no fue fácil terminarla, ya que un poderoso incendio arrasó con gran parte de la edificación cuando los trabajos iban bastante avanzados.

Sus torres de 60 metros de altura, son las más altas de América en su género.

La Catedral es una construcción de cantera rosa, de estilo barroco tableado, muy característico del lugar. Sobresalen los retablos neoclásicos de su interior, la suntuosa decoración en sus bóvedas, la arquería y la hermosa cúpula. La estructura neoclásica del ciprés, de columnas compuestas, cubre un sorprendente manifestador de plata, el más grande del país, en acabado totalmente barroco, obra del siglo XVIII.

También la pila bautismal es única,  fue hecha alrededor de 1790, de estilo neoclásico, totalmente en plata y se dice que en ella fue bautizado el mismísimo Agustín de Iturbide.

Una de las características que hacen aún más especial a esta catedral es su órgano tubular monumental de estilo churrigueresco, con seis mil flautas, original de Alemania del siglo XX. La calidad de su sonido es tal, que lo hacen uno de los mejores de este continente.

Otros de los tesoros que resguarda este recinto son un Cristo de marfil, cuatro jarrones chinos traídos en la Nao de Manila en la época de la Nueva España, dos pinturas de Cabrera (en una se retrata el nacimiento de Jesús y en la otra el sueño de San José, en él que el ángel le prevenía que llevara a su familia a Egipto) y el báculo de Don Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán y gran benefactor de los indígenas del estado.